Alfredo Brena
Oaxaca de Juárez, 14 de agosto. En el encuentro de AMLO con los ingenieros en el Palacio de Minería en la Ciudad de México, el pasado lunes 6 de agosto 2018, al presidente electo se le ocurrió ensalzar al Ing. Carlos Slim; ponderándolo como el gran ingeniero.
Esto no es un hecho menor, porque Slim es el buque insignia del neoliberalismo; porque es el personero de Carlos y Raúl Salinas de Gortari; porque representa la parte más obscura de la venta de Telmex, que fue el origen de su fortuna. Además, Slim nunca ha destacado como ingeniero porque simplemente es un mercader.
Carlos Slim Helú, de origen libanés, se inicia en los negocios a los veinticinco años cuando papi le compra una compañía refresquera y además la casa de bolsa Inversora Bursátil. Es con la casa de bolsa, defraudando a sus inversores, donde tiene su despegue económico y después crea el grupo Carso, una combinación de su nombre y el de su esposa, Soumaya, heredera de Zapatos Domit. A partir de 1989 Slim se convirtió en el empresario consentido de Carlos Salinas de Gortari (Presidente de México 1988-1994), quien desde un principio decidió cederle Teléfonos de México. Ya con el control de Telmex, en sólo tres años, Slim tenía 6 mil 600 millones de dólares y figuraba entre los millonarios de la revista Forbes.
Con Teléfonos de México Slim ganó dinero en proporciones desmesuradas, entre otras cosas porque la empresa subió sus tarifas cada vez que quiso. Como se trataba de un monopolio, nadie podía hacer nada. Las quejas superaron todos los records y el servicio fue pésimo, peor aún que cuando era paraestatal.
La forma como Carlos Salinas le adjudicó Telmex a Slim, fue como sigue: en septiembre de 1989, a la vez que se anunciaba con gran éxito la telefonía celular, se anunció la venta de Telmex.
Para empezar se inició una campaña de descrédito contra Telmex. Después se procedió a mejorar la capacidad tecnológica de la empresa y también su situación financiera, para que resultara más atractiva a los compradores. Se negoció también con el Sindicato de Telefonistas (STRM) y su líder Francisco Hernández Juárez fue cooptado por el presidente Carlos Salinas. No es de extrañar entonces, que Hernández Juárez aceptara dócilmente la modificación de 50 cláusulas del contrato colectivo, entre ellas, la eliminación de 57 acuerdos laborales y la reducción del número de categorías de trabajo de mil a 140. El anzuelo para la aquiescencia del líder se basó en la promesa de que el STRM sería dueño de un pequeño paquete de acciones de la nueva Telmex.
Luego la empresa fue transferida de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) a la de Hacienda (SHCP), la cual derogó el impuesto al consumo en los servicios telefónicos, con lo cual Telmex pudo aumentar sus ingresos entre un 68 por ciento en el servicio local residencial y un 100 por ciento en la larga distancia comercial. En cambio, se creó el Impuesto por Prestación de Servicios Telefónicos (IPST), que equivalía al 29 por ciento de los ingresos de la empresa, pero durante cinco años ésta podía deducirlo del impuesto sobre la renta, retener el 65 por ciento del IPST y acreditarlo como inversión; es decir, en vez de que el impuesto fuera aplicado al gasto público, como mandaba la Constitución, de hecho era devuelto a Telmex. Por si fuera poco, y como fue usual en las privatizaciones, una gran parte de la deuda externa de la compañía fue absorbida por el gobierno. También se fusionaron Telégrafos Nacionales y la Dirección de Telecomunicaciones de la SCT para constituir Telecomm, que en el acto vendió la red federal de microondas a Telmex para que esta pudiera operar los sistemas de larga distancia sin problemas, sin contar que la venta incluía 20 subsidiarias de Telecomm, todas con activos importantes y finanzas saludables.
Para que este paquete fuera un verdadero banquete, se estableció un increíble “periodo de ajuste” a fin de que Telmex tuviese el virtual monopolio de los servicios telefónicos. Más aún: se reestructuró el sistema de acciones para que la empresa pudiera ser controlada por un solo individuo, mexicano eso sí, y por último se modificó el título de concesión, de modo que los compradores pudieran tener la empresa hasta el año 2026, pero después podrían renovar la concesión por 15 años más, hasta 2041, los que, contados a partir de 1990, sumaban nada menos que 51 años para que los nuevos dueños exprimieran a su gusto Telmex. Como pilón, se permitió una auténtica “licencia para matar”, pues la empresa podía aumentar las tarifas mensualmente durante 1991 y de forma trimestral de 1992 a 1996 sin ningún control y al margen de los supuestos pactos económicos. Obviamente, una vez que se legalizó la privatización, los nuevos dueños incrementaron las tarifas en un 150 por ciento en los primeros dos años.
Estas condiciones, que sólo eran las más notorias entre otras muchas, resultaron tan favorables que convertirían a Telmex en la empresa más redituable del mundo. Con el argumento de que se buscaba la modernización y de que se pretendía “aliviar la presión que implicaba un programa de cuantiosas inversiones”, las ventajas para los compradores rebasaban cualquier precedente. A finales de 1990 tres grupos pujaban por comprar Telmex: Gentor, Actival y Carso, de Carlos Slim, conjuntamente con Seguros de México, Southwestern Bell International y France Cable et Radio.
A través de procedimientos notoriamente turbios, el ganador fue Carlos Slim, quien con sólo 442 millones de dólares se hizo del control de Telmex, cuyo valor oficial era de más de 7 mil mdd. Por cierto, el gobierno accedió a que Slim pagara a plazos la parte restante del “enganche”, ¡con las ganancias que obtuviera al usufructuar la empresa!
Bueno, pues parece que después del 1º de julio, le atacó la amnesia al presidente electo. Se le olvidó que Slim es el administrador de los jefes de la Mafia del Poder (así los llamaba AMLO), porque no podemos ser tan ingenuos como para pensar que Carlos Salinas le adjudicó Telmex así nomás. Indudablemente que le dio la concesión de Telmex con la condicionante de una importante participación de las ganancias, solamente así podemos explicarnos una concesión como la que describo líneas arriba.
Finalmente el presidente electo, después de un discurso de una hora, dejó la decisión del nuevo aeropuerto de la ciudad de México, en manos del gremio de la ingeniería. Debemos aclarar que a este gremio lo maneja Carlos Slim.
Así que se desdibujó totalmente AMLO, porque a unos días de su triunfo electoral, no solamente evidencia su corrimiento político hacia la derecha, sino que nos presenta al empresario constructor de su sexenio: ¡Carlos Slim!… Bienvenido el cambio ¡Para que nada cambie!
Estamos a 108 días del inicio de La Era Peje.
¡Suerte! y hasta el próximo De Análisis Político.
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ALFREDO BRENA
14 AGOSTO 2018