Oaxaca de Juárez, 14 de septiembre. Los errores de Salinas con el TLC y apostar en contra de Bill Clinton, aunado a los horrores de Peña Nieto al publicitar a Donald Trump con una visita a Los Pinos, constituyen los peores errores diplomáticos del México reciente.
Entre 1991-1992 en plena negociación del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Estados Unidos, México y Canadá. Carlos Salinas de Gortari (Presidente de México 1988-1994), apostó por el candidato del Partido Republicano, George Bush Mr., en la sucesión presidencial estadounidense de 1992. Resultando ganador y finalmente presidente de los Estados Unidos: Bill Clinton, el candidato del Partido Demócrata.
En 1991 las cámaras estadounidenses se enfrascaron en intensas batallas legislativas en las que México era puesto como lazo de cochino, y finalmente votaron porque el tratado tuviera vía rápida a condición de que se incluyesen los derechos de los trabajadores y del medio ambiente. “Ahora que fervientemente debatimos el fast track”, dijo, por cierto, el diputado Marcy Kaptur, “¿se dan cuenta de que en el congreso mexicano no ha habido debate alguno?”
Era claro para entonces que los tiempos del tratado habían quedado atrapados en las elecciones de Estados Unidos y resultaba inevitable que se convirtiera en tema electoral. Lo cual perturbaba a Bush porque su popularidad había decrecido sensiblemente. Lo ideal para los tres gobiernos era que el TLC quedara concluido antes de los comicios de Estados Unidos. Si no había sido ratificado para entonces, la nueva constitución de las cámaras podría causar muchos problemas. Por tanto, a partir de ese momento las negociaciones entre Carla Hills, Serra Puche y Michael Wilson cobraron rapidez y se pensó que el TLC podría firmarse en la primavera de 1992. Algunos periódicos estadounidenses aseguraban que la no aprobación del TLC sería la ruina del presidentito mexicano. Y eso era cierto, Salinas “vendió” la idea de que el TLC era insertar a México en el primer mundo, si le fallaba, fallaba toda la verborrea de su sexenio.
México, adelantándose a las peticiones estadounidenses, había iniciado la modificación de las leyes de protección industrial, de patentes y marcas, y de inversiones extranjeras; abrió áreas vedadas como la banca, las casas de bolsa, los seguros y las carreteras; convirtió más de cincuenta productos petroquímicos básicos en secundarios y permitió que una empresa de Estados Unidos perforara pozos petroleros en la Sonda de Campeche. Algo similar a los movimientos del presidente Enrique Peña Nieto para la aprobación de la reforma energética.
Carla Hills, también había obligado a los mexicanos a ceder en la creación de la Subcomisión Negociadora de Energéticos, se opuso a que fuéramos considerados “país en desarrollo” y no tomaba en cuenta las inobjetables asimetrías, además de que se negó a que Estados Unidos se abriera a los cítricos y los aguacates mexicanos. “Exporten guacamole”, dijo. La Hills quería más, así es que pasó 1991 y no hubo borrador del TLC “con corchetes”, es decir, un resumen de las posiciones de los tres países que sería la base de la negociación. Los corchetes, que contenían los desacuerdos, eran cientos (los más importantes, energía y agricultura) y se volvieron el gran obstáculo del TLC.
Las presiones principales se centraron en la cuestión del petróleo y la electricidad, que Estados Unidos quería abrir lo más posible… aunque finalmente se abrieron, muchos años después, con la reforma energética de Peña Nieto.
México presentó entonces sus cinco “no”: no a la inversión en áreas básicas, a contratos de riesgo, a cláusulas de seguridad, a la importación de gas y a las gasolineras estadounidenses.
Por si fuera poco, ante la cercanía de las elecciones de noviembre de 1992, William Clinton, candidato presidencial del Partido Demócrata, como venganza porque Salinas siempre apostó por Bush, la agarró contra el TLC, porque se habían omitido los controles ambientales, las políticas de protección de los trabajadores mexicanos y los incentivos para que la industria estadounidense no se fuera a México por los bajísimos salarios.
Salinas estaba seguro de que George Bush se reelegiría, incluso lo acompañó a una jornada electoral en Estados Unidos, pero las encuestas cada vez más favorecían a Clinton, así es que José Córdoba Montoya mejor se lanzó a establecer contactos tardíos con los demócratas.
Ante la premura del tiempo, Salinas hizo más concesiones y aprobó que las compras de Pemex y de la Comisión Federal de Electricidad se abrieran al ciento por ciento. Sólo así, después de varios días de encierro en el hotel Watergate, en agosto de 1992 terminaron las negociaciones. A fin de año los tres presidentes firmaron el tratado y sólo quedaba pendiente la ratificación por parte de los congresos. Sin embargo Bush perdió las elecciones estadounidenses, lo cual puso a temblar a Salinas, y William Clinton, el nuevo presidente, famoso porque se opuso a la guerra de Vietnam, porque reconoció haber fumado mariguana, porque tocaba el saxofón y por sus líos de faldas. Como era de esperarse anunció que pensaba revisar el TLC. El orgulloso gobierno mexicano dijo entonces que el tratado estaba concluido y que no aceptaría negociarlo. Estados Unidos respondió que no pretendía hacerlo, pero que sí le añadiría unos acuerdillos paralelos que salvasen las omisiones en cuanto a “medio ambiente y derechos laborales”. Así que Salinas no tuvo más que aceptar.
Así nos apretaron las tuercas los gringos en 1992, porque Carlos Salinas se equivocó de candidato… error de Salinas. Muchos años después, Peña Nieto Tiene a bien traer a Donald Trump, el candidato del Partido Republicano de visita a México. Ganándose con esto, la enemistad de la candidata del Partido Demócrata Hilary Clinton, que lo más probable es que gane la elección del 8 de noviembre próximo, y se convierta en la primera mujer presidente de Estados Unidos.
Los errores de Salinas con el TLC y apostar en contra de Bill Clinton, aunado a los horrores de Peña Nieto al publicitar a Donald Trump con una visita a Los Pinos, constituyen los peores errores diplomáticos del México reciente.
Estamos a 78 días de que tome posesión Alejandro Murat como Gobernador en Oaxaca.
¡Suerte! y hasta el próximo De Análisis Político.
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