Oaxaca de Juárez, 13 de noviembre. A sus 66 años, el neurólogo Oliver Sacks (Londres, 1933 – Nueva York, 2015) hizo realidad uno de sus sueños de juventud: conocer el Árbol del Tule, aquel enorme ahuehuete que en 1803 admiró Alexander von Humboldt en el municipio de Santa María el Tule, Oaxaca, y al que le calculó 4 mil años de antigüedad. Sacks llevó en la mente la imagen de ese árbol durante 50 años, después de verlo en una fotografía de un libro que usó para estudiar biología en su adolescencia.
El reconocido escritor británico y autor de Despertares, visitó el estado de Oaxaca en 1999 junto con 30 estadunidenses aficionados a los helechos, en una expedición por 10 días para conocer el lugar del Nuevo Mundo donde existen más de 700 especies de dicha planta. Ahí Sacks comprendió que México tuvo civilizaciones más grandes que Egipto, conoció los efectos del mezcal, tiñó su camisa con el rojo de grana cochinilla, pero sobre todo, escribió su único libro de viajes: Diario de Oaxaca.
Crónica recorrió los sitios por donde caminó el neurólogo y presenta lo que podría considerarse la Ruta Sacks en Oaxaca, basada en el diario que tradujo al español la editorial Anagrama y que el profesor de neurología clínica del Albert Einstein College de Nueva York describió como una visita a otro tiempo, porque “el poderío y la grandeza de lo que he visto (en Oaxaca) me ha emocionado y ha alterado mi visión de lo que significa ser humano”.
AMOR A LOS HELECHOS. Genciana, palo tres costillas, ginko biloba y eufrasia se lee en las etiquetas de algunos de los más de 100 frascos apilados en un pequeño puesto del Mercado Benito Juárez, en pleno Centro Histórico de la Ciudad de Oaxaca. Ese aparente desorden hace difícil localizar los botes de digan doradilla, cola de caballo y pata de conejo, tres helechos que hace 18 años Oliver Sacks no pudo indagar para qué fines medicinales los usan los mexicanos, pero sin duda, el neurólogo se asombró de que se vendieran como si fueran frutas o tortillas.
“Como es natural, ya que somos aficionados a los helechos, no podemos dejar de observar que algunos se venden con fines medicinales: la cola de caballo seca, los rizomas del Phlebodium (helecho conocido como pata de conejo) y las rosetas secas de la doradilla o helecho de la resurrección”, escribió Sacks en su diario.
“Sí las vendemos, aunque ahorita no tenemos pata de conejo”, responde la señora que atiende el puesto de los frascos apilados después de preguntarle por los helechos favoritos de Sacks. “Le cuesta 10 pesos la madeja de cada uno, usted las puede ocupar para curar heridas, para enfermedades del riñón y hasta a veces se hace shampoo con ellas. Son plantas de nuestra medicina tradicional”, explica la misma señora mientras busca una madeja de doradilla.
La cola de caballo que son unos largos tallos verdes, similares a la alfalfa pero más gruesos, y que para la mayoría, un puñado de esas ramitas se asemeja —como su nombre lo dice— a una cola de caballo, fue el primer helecho que conoció Oliver Sacks en Londres.
En su diario, el escritor recuerda que en el Museo de Historia Natural de Londres, la ciudad donde creció, había un jardín de fósiles con colas de caballo y equisetos, pero la más primitiva de ese tipo de plantas es un helecho llamado Psilotum que no crece en Inglaterra y que se prometió verlo en su medio natural. También Sacks narra que el jardín de su casa estaba lleno de helechos porque en 1850 su país vivió la pteridomanía, o bien, afición por los helechos.
“Los helechos me encantan por su calidad victoriana (similar a la de las cubiertas con encajes para proteger los muebles y las cortinas con volantes de nuestra casa). Pero, sobre todo, me maravillaban por su origen tan antiguo. Los helechos habían sobrevivido, con escasos cambios, durante 300 millones de años”, escribió.
Sacks formó parte de la fundación America Fern Society, creada en los años noventa del siglo XIX, la cual reunía a personas, independientemente de ser botánicos o amas de casa, bajo un único requisito: amar los helechos.
Después de salir del aeropuerto, de llegar al hotel y de preguntarse si todos los mexicanos conocen con tanto sentimiento la historia de sus pueblos prehispánicos y la Conquista española, en su primer día en Oaxaca, Sacks visitó el Jardín Conzatti, ubicado en la calle Valentín Gómez Farías s/n, a dos cuadras del exconvento de Santo Domingo, en el Centro Histórico de dicha ciudad.
Estuvo ahí porque Conzatti fue el primer pteridólogo de México, aunque no fue un botánico profesional, sino un maestro y administrador de una escuela, documentó (en 1939) más de 600 especies de helechos en país.
Tras admirar el parque, caminó hacia el ExConvento de Santo Domingo, afuera compró una hamaca multicolor y un cuchillo delgado de madera, después fue al Mercado Benito Juárez, sobre la calle Flores Magón, donde vio la venta de helechos secos y frutas desconocidas como zapote, la ciruela huesuda y la tuna roja… en ese momento Sacks recordó la descripción del mercado de Tlatelolco que Bernal Díaz del Castillo hizo en Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.
“De nuevo a bordo del autocar tomo unas breves notas: cerdos de todos los tamaños, con las patas traseras atadas. Ovejas, cabras, animales despellejados… ¡hedor! Cabras junto al lecho seco del río. Vendedores de carbón y madera”, anotó en su libreta de viaje el neurólogo.
LA SIERRA Y EL TULE. Uno de los compañeros de Sacks, de apellido Boone, tenía una casa para botánicos visitantes en Ixtlán de Juárez, municipio situado en la Sierra Norte, en donde el escritor pudo conocer la accidentada geografía oaxaqueña, pues el grupo de aficionados se desplazó al Llano de las Flores, en la comunidad de San Juan Atepec, donde hoy se ofrecen paquetes de ecoturismo, inexistentes hace unos años cuando ahí Sacks vio por primera vez un Pteris, helecho venenoso que los romanos usaban para cubrir los suelos de sus establos.
En ese lugar, a 3 mil metros de altura y después de sufrir una indigestión por comer en exceso, Sacks no hizo anotaciones en su diario hasta el día siguiente, cuando conoció el Árbol del Tule y Yagul.
“Durante 50 años o más, desde que viera una foto antigua el Tratado de Botánica de Strasburger, cuando estudiaba biología en la escuela, y al leer que Alexander von Humboldt, que lo visitó en 1803, le calculaba 4 mil años, he deseado ver el famoso Árbol del Tule. La idea de que Humboldt viajó especialmente para verlo y de que ahora, casi 200 años después, estoy en el mismo lugar donde el naturalista pudo haber estado, es un estímulo adicional. Humboldt es uno de mis grandes héroes”, escribió Sacks en Diario de Oaxaca.
La impresión de este ahuehuete, como explica el neurólogo, no se debe a su altura, sino a la circunferencia de casi 60 metros de su tronco, donde las raíces y cavidades forman figuras que, a manera de atractivo turístico, niños con lámparas en mano, señalan y explican. “Ésta es la cabeza de un león, allá está una pata de elefante, en esta parte el caballito de mar y ahí unos enamorados”, grita un niño de ocho años que corre cada que ve a un posible cliente.
En Yagul, zona arqueológica con pinturas rupestres ubicada en el Valle de Tlacolula, Sacks se sorprendió del clima seco, de que existiera una tierra carente de vegetación verde, sólo observó arbustos y helechos, sobre todo, doradillas. Tras cuarenta minutos en carretera, el escritor regresó al Centro Histórico, se instaló en un café y empezó a escribir revelando algunos secretos de su proceso de creación.
“Esto es la dolce vita. Me trae a la mente imágenes de Hemingway y Joyce, escritores expatriados que se sentaban en terrazas de La Habana y París. Me encanta escribir en un lugar al aire libre y luminoso y percibir a través de las ventanas todas las imágenes, los sonidos y olores del mundo exterior. Me gusta escribir sentado en cafés, desde donde puedo ver, aunque a cierta distancia, la sociedad ante mí”, apuntó en su cuaderno.
GRECAS NEUROLÓGICAS. Siguiendo los puntos que la mayoría de turistas marca en su itinerario, Oliver Sacks no fue la excepción. Conoció las cascadas petrificadas de Hierve El Agua, la elaboración del barro negro en San Bartolo Coyotepec y probó el mezcal de Matatlán: “una extraña jovialidad nos embarga a todos, intercambiamos sonrisas, nos reímos por nada”, describe Sacks refiriéndose a él y a sus amigos expedicionarios al tomar pruebas de mezcal y de cremas de mezcal de diversos sabores.
Después, el escritor visitó la zona arqueológica de Mitla, dejando a un lado su afición a los helechos y tomando el papel de estudioso de la mente al ver las grecas que decoran los edificios que construyeron los zapotecas hacia el año 200 d.C. Planteó la suposición de que las figuras geométricas fueron creadas por alucinaciones.
“Las formas constantes neurológicas: las alucinaciones con panales, telas de araña, enrejados, espirales y embudos que pueden aparecer en estados de desnutrición severa, privación sensorial, o intoxicaciones así como en la migraña. ¿Se utilizaban (en Mitla) hongos con psilocibina para inducir tales alucinaciones o las semillas de campanilla que abundan en Oaxaca?, reflexionó Sacks.
LA CONQUISTA. Antes de conocer otra zona arqueológica, el escritor británico recorrió Teotitlán del Valle, municipio famoso por la fabricación de textiles pintados con materiales orgánicos. Ahí, a 40 minutos de la capital, pasó a la casa de Isaac Vásquez, el taller más famoso de ese lugar, en donde la familia Vásquez explica a cualquier visitante la elaboración de tapetes. Justo, la familia y el conocimiento heredado por generaciones fue lo que hizo reflexionar a Oliver Sacks.
“¡Qué diferencia con nuestra cultura, más ‘avanzada’, en la que nadie sabe hacer nada por sí mismo! ¿Cómo se fabrica una pluma o lápiz? ¿Podríamos hacerlo por nuestra cuenta si tuviéramos necesidad de ello? Temo por la supervivencia de este pueblo y tantos otros como él. ¿Desaparecerán en nuestro mundo superespecializado, donde impera el mercado de masas global?”, escribió.
En Oaxaca es común que en donde hay nopales exista la especie que produce la grana cochinilla, un insecto que al ser aplastado secreta el color rojo. Por ejemplo, en el Jardín Etnobotánico —el cuál Sacks ya no conoció—, las biólogas que lo atienden ofrecen la oportunidad de aplastarlo.
Pues esa misma experiencia tuvo el escritor y pteridólogo por afición: en Teotitlán del Valle dio a un artesano su camisa de manga corta y con las iniciales NYBG (Jardín Botánico de Nueva York) para teñirla de rojo. También guardó una pizca de ese colorante natural para manchar su cuaderno de notas, “al igual que manchaba mis libros de química cuando era estudiante”, así admitió su travesura.
El último lugar que visitó Sacks en el estado sureño del país fue Monte Albán, en donde reconoció su ignorancia al pensar que la civilización empezaba en Medio Oriente y no en la Nueva España, y entendió que para los mexicanos existe un antes y después de la Conquista, e incluso encontró lógico por qué hay quienes “abominan a Cristóbal Colón y Hernán Cortés”.
“Monte Albán, sobre todo, ha dado un vuelco a toda una vida de suposiciones previas, y me ha mostrado posibilidades que nunca habían pasado por mi mente. Leeré de nuevo a Bernal Díaz del Castillo y la Historia de la conquista de México que publicó William Hickling Prescott en 1843, pero con una perspectiva diferente, ahora que he visto con mis ojos algo de aquella conquista”, redactó en Diario de Oaxaca.