“El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; más ni sabes de donde viene y adónde va; así es todo aquél que es nacido de las aguas y del espíritu. “
Juan cap: 3/8
Oaxaca de Juárez, 27 de diciembre. El atardecer de aquél 2 de noviembre, se manifestaba como en pocas ocasiones, el ocaso de la luz del sol se resistía a dar paso a la oscuridad, el momento era propicio para calmar el flujo de información que administraba al interior de mente.
El sepelio de mi hermana estaba por concluir, eran pocas las personas que ahí nos encontrábamos, un gran silencio invadía el ambiente e invitaba a la reflexión acerca de la vida, su significado y su propósito, que en la mayoría de los casos genera cierto temor e incertidumbre ante el futuro.
Me encontraba en esas reflexiones, hasta que fijé la atención en ese gran silencio y el viento que lo acompañaba. Todos estos eventos me provocaron cierta inquietud fuera de lo común.
Será que el viento traía alguna clase de mensaje que debo admitir no tenía la capacidad de descifrar. Cierta nostalgia me apretujaba el corazón, si bien, no había llevado en vida una buena relación con ella, ¿no será que en la muerte, como un acto final se establece una comunicación sutil cómo una necesidad? Así que mi intuición me hizo sentir una emoción cargada de desesperación, de palabras no dichas, pero de algún modo entendidas, tratando de comprender lo que fue y lo que ya no es, ni será, que todo esto me motivó a tratar de decodificar más y más los mensajes que esta clase de viento me traía. Repentinamente me transporté hasta mi niñez, asomándome a una recámara decorada con enormes y pesadas cortinas rosas, que contrastaban con una tela transparente donde el sol matinal, dejaba entrever su luz, invitándola a ella a verse en el enorme espejo, portador de un marco dorado, colgado arriba de un tocador con líneas y estilo de los años cincuenta.
Ella era una mujer muy bella, con un cuerpo escultural y un pelo largo color caoba, bien cuidado, que le caía un poco arriba de su estrechísima cintura. Su simetría física, contrastaba con un carácter, frío e indolente, regañona, neurótica y yo diría que hasta depresiva también, como mi padre, una herencia desafortunada. Era muy obvio que aquella niña de seis años que llamaba la atención de su madre por el contraste, no muy común, de un pelo negro azulado enmarcando una tez muy blanca, no era de su agrado.
Salvaguardando mi sobrevivencia y autoestima, no encontrando puntos en común que nos unieran y no habiendo motivos para mantener una conversación fraterna, ni razones para cultivar algún tipo de relación, decidí alejarme de ella, manteniendo siempre esta postura, sin intentar llegar a ningún acercamiento.
Centraba toda su atención en ella misma, su vida giraba en torno a su aspecto físico, su soberbia y altivez crecía gracias a los elogios que recibía de sus amigas y de sus pretendientes, que tenía, según ella afirmaba, por docenas. Mi mamá decía que la había echado a perder mi abuela Leonor, a la que en su honra mi hermana llevaba su nombre,
Pues siempre se la pasaba enalteciéndola desde que era una pequeña niña, sin darse cuenta del enorme perjuicio que implicaba aquella adulación.
Sus valores espirituales nunca los conocí, tal vez porque nunca los manifestó, lo que sentía y el sufrimiento que guardó en su corazón, siempre lo ocultó muy bien, su frustración y soledad ante la vida fue indiscutible.
Aquella ceguera de soberbia la llevó a cometer muchos errores en su vida, y la limitó para luchar en favor de lo que realmente ella quería y no en lo que estaba bien para la sociedad y sus amistades, las mismas que no hicieron acto de presencia, ni advirtieron siquiera su deceso imprevisto.
El explicar por qué dejo ir a su primer y gran amor, siempre será para mí un enigma inexplicable, creo que aquel evento la marcó de por vida, y dio inicio a una serie de sucesos incongruentes, desde casarse con la persona equivocada, hasta dejarse llevar buscando siempre respuestas en el sincretismo de la santería cubana. Sin mencionar que durante todo ese proceso, sufrió un encadenamiento de desencantos, llámense infidelidades, divorcio, viudez, desilusiones, hastío, aburrimiento, que la condujeron a desarrollar una personalidad hosca e huidiza (huraña).
En esas circunstancias, el vínculo que sostuvo con sus dos hijos varones, fue una especie de lazo con trazas de codependencia, sobre todo con su hijo mayor al que persuadió para que se iniciara en el sistema de creencias de la santería.
Es verdad que ella requería de una resolución que la canalizara hacia un encuentro con su propio yo, pues no entendía porque a ella, especialmente a ella, que lo merecía todo, la vida no la había compensado como merecía, de acuerdo a su concepto, cumplía con todos los requisitos: belleza, habilidad e inteligencia y simpatía. Más de uno la deseaba, ¡Qué era lo que faltaba? Había algo que no encajaba, necesitaba llamar más la atención, el predecir el futuro y el tener cierto dominio en las vidas de los demás le generaría el poder y el dinero del que carecía.
Puede ser que la intuición la llevara a pensar que ella provenía de un linaje de hechiceros, puesto que tenía facilidad y gusto para leer las cartas del tarot, y en su subconsciente existía una tendencia hacia lo esotérico. Tal vez, su misión en esta vida no sería, en principio, sacar ventaja de su belleza, no para engrandecer la soberbia, sino para atraer la confianza de las personas, ya que tenía habilidades innatas para socializar y cautivar a la gente. Quizá debió de haber estudiado una carrera universitaria que le permitiera ampliar y concebir distintos puntos de vista acerca de la vida, aceptando que no sólo con la belleza exterior se logran objetivos, había que pulir la gracia interior en medio de un entorno cubierto de prejuicios, de fanatismo religioso y de conductas ocultas, como las había en el hogar donde nació y creció. Pero se creó una máscara y vivió su vida en función de la misma y luchó por mantenerla poniéndose en manos de los cirujanos plásticos.
¿Quién te hizo creer lo que no eras? Atrás de ese antifaz de soberbia, y egoísmo estaba una mujer débil y con muchos miedos, miedo a la soledad, incapaz de expresar y encauzar todo el amor guardado que desbordaba su corazón.
La cotidianidad la absorbió cubriéndola con una densa neblina que no la dejó clarear su mente. Las voces de la gente, la turbaron, no le permitieron escuchar a su yo superior. La tarea no se cumplió. Su objetivo giró hacia el rumbo equivocado, otra vez desde el comienzo: el paganismo.
En medio de toda esa sinfonía de credos, ocurría un hecho aislado que daba una chispa de luz a todo esto, un niño, su nieto. La llegada de ese nuevo ser, significaba el comienzo del fin de otro. Es probable que aquel cariño incondicional la hubiese transformado, tenía que existir alguna razón, una excusa, para dejar pasar vientos nuevos que purificaran su espíritu maltrecho. Pero también podría albergar el sentimiento de la semejanza, todo podía tener misteriosas analogías con todo.
Sentía que aquella hermana, que nunca conocí y que ni siquiera le dediqué un momento para conocerla, se desenmascaraba en esa ráfaga de viento que alborotaba mi negra cabellera, y una oleada de amor me hizo estremecerme, era un mensaje que me decía: estoy aquí y no estoy, mi corazón me empuja y me ata a este plano, adonde está el amor de mi nieto, pero mi espíritu flota hacia un límite, una dimensión donde no existe ni el tiempo, ni el espacio. El lenguaje no es capaz de expresar los pensamientos en esos lugares, en donde además, el peso de la intrascendencia se vuelve angustia. Acaso su alma estaba luchando desesperadamente para poder manifestar aquellas cosas que fue incapaz de hacer y decir en vida. El acto de amor hacia su nieto, fue un tributo que dejó a mi familia y una prueba de amor para él. ¿Será que hasta ese momento encontró sentido a su vida? Lo lamentable es que quedó en el silencio. Yo sólo sabía que esta información tenía que darla a conocer, para que no quedara en el olvido y así encontrar la forma de conciliarme con ella, y que a pesar de las circunstancias, descubrí que si la quería y mucho.
Estoy buscando el camino para ser su portavoz, y espero que a su tiempo, su nieto equilibre la balanza de las cosas que dejó de hacer en su propio beneficio, esa abuela poco comprendida.
Envuelta en la fascinación de aquél sitio, pensé: El silencio y el viento, fueron los vehículos que me trajeron cada idea transmitida y que adquirieron forma en mi mente desde esa dimensión entreverada, adonde un clamor callado y desesperado, solicitaba una justa interpretación, pues en ese espacio donde no hay más juez que uno mismo, la conciencia nos insta sacar a la luz la verdad oculta en nuestro corazón y se vale de las personas y los medios más impredecibles y misteriosos para darla a conocer.
La impresión que tenía era muy intensa, en ese silencio descubría un lenguaje que lo escuchaba a través del viento, más bien percibía una sincronía de pensamientos y sentimientos, envueltos en un hálito de miedo e incertidumbre, fruto de la reflexión y de la pregunta obligada, y en donde eres sólo responsable tú. ¿Qué sigue después? ¿A dónde debo ir? ¿Qué debo creer? ¿Cuál es el lugar donde pertenezco? ¿Viviré en el escenario que mi mente construyó’, ¿sentiré lo que creía que debía sentir?
No cabe duda que los lazos de sangre son muy fuertes, en cualquier lugar en donde nos encontremos, el amor es y será un bálsamo que nos llevará el consuelo para sanar nuestras heridas, pero también servirá como puente de unión para transmitir mensajes y terminar tareas inconclusas, aunque nuestra presencia física se encuentre muy lejos de este mundo.
Ayhesa otoño 2013
*Bióloga por la BUAP.