Oaxaca de Juárez, 31 de marzo.
¿Levantones en Garibaldi?
Ian Soriano
Una noche en una banca de la remodelada, turística y vigilada plaza Garibaldi, pudo culminar en una desaparición de jóvenes.
La escena: 10:30 de la noche, tres personas sentadas en una de las bancas fumando marihuana “discretamente” y pese a los rondines de los agentes policiacos. La respuesta sobre ¿qué riesgo corren estando ahí? puede fácilmente rayar en la obviedad: Que la policía se los lleve al MP o que los extorsione.
¿Alguien pensaría en su desaparición? ¿Por qué sí o por qué no? ¿Quién o quiénes los levantarían? ¿Aquí, en plena capital del país? ¿Con tantos policías cuidando? ¿Cuál es el sentido?
El perfil:
Jóvenes, artistas del mural y la calle, estudiantes universitarios de distintas carreras. Consumidores “recreativos” de cannabis. “Pacíficos” aunque críticos.
El testimonio:
Íbamos en bicicleta. Después de habernos comido unos tacos de chile relleno en la esquina, nos encontramos en esa banca a unos compitas. Nos bajamos a saludarlos. Nos ofrecieron un toque y nos sentamos con ellos a compartir un poco de yerba, dos cervezas de lata y, lo más importante, una plática amistosa sobre “esto y aquello”.
(Los “Alcones”): Pasaron dos o tres meseros frente a nosotros, varias veces… Uno pensaría que iban y venían de conseguir cambio o traer algún “mandado”, algo que hiciera falta en el restaurante. Extraño que no hubiese ido a molestar ningún poli a los compas. Los habían dejado fumar en paz.
Minutos después se acercan dos sujetos tatuados y con gorra directo con el amigo que tenía el toque en la mano:
¡Ay, cabrón! ¡Mira nomás! ¿Qué están haciendo aquí?
Nos miramos entre todos, pero sobre todo miramos la autoridad en el rostro de los sujetos. Metros detrás de ellos, otros dos tipos observaban.
Mi amigo contesta con cierto descaro: Solo nos estamos dando un toque. No estamos molestando a nadie.
El aparente líder le aprieta su mano y le ordena empuñarla. Mi amigo se intimida y le dice: ¡Está bien. Está bien!
Yo pienso que son agentes de investigación. Pero ¡NO TRAEN PLACA!
La amiga empieza a reclamarles por su actitud fanfarrona.
En seguida, con la mirada de alguien que sabe odiar, voltea a verla, le lanza una patada y amenaza:
¡Cállate, pendeja! ¿O qué, quieres que te mate? ¡Cállese, pendeja o la mato! ¡Nosotros somos la MAFIA!
Todos guardamos silencio y tragamos saliva. Mi amigo reacciona: ¡Ya estuvo! ¡Ya estuvo! Nosotros somos unos cualquiera, carnal. Somos consumidores. No traemos nada, carnal. ¡Aguanta!
El sujeto le toma fotos con su teléfono a la mano de mi amigo.
Se acercan los sujetos que escoltaban. Uno me reta: ¡Y tú qué!, ¿muy chato? ¡Párese!
Nos bolsean a todos. Buscando yerba. Seguramente creyéndonos narcomenudistas. Al no encontrarnos nada, el líder llama por RADIO a alguien:
¿Qué pasó? No me estás cuidando bien…
En un abrir y cerrar de ojos, entre la esculcada, el miedo y la incertidumbre de a quién le estaban llamando, mi amigo se imaginó una escena familiar que vemos en la televisión y las redes sociales: un grupo de jóvenes “levantados” por una camioneta.
Afortunadamente no pasó. Llegaron tres policías a pasarnos báscula otra vez y a extorsionarnos con una “mordida” para no llevarnos al Ministerio Público. Los mafiosos se esfumaron como en un cambio de estafeta, o bien: los polis aparecieron como por una orden superior.
Un diminuto ángel en la tempestad
Un enano salió de la nada a reclamarle al policía que tenía el radio. Nosotros nos quedamos viéndolo como a un loco que no sabe por qué ni a quién le está gritando y además con palabras poco coherentes, difusas. El oficial le ordena que se largue. ¿Tú qué quieres aquí? ¡Lárgate ya cabrón!
Aun quejándose, se hace a un lado. Logramos hablar y que asienta a nuestras disculpas otro de los policías, mientras el del radio “se arregla” con el compa que traía yerba (en su mochila) para su consumo personal.
Observo cómo se van alejando mi amigo con su bicicleta y el enano. Éste sigue hablando sin parar, manoteando y jaloneando.
Mientras yo discretamente comencé a seguirlos, volteando con discreción atrás, fue corto pero determinante lo que el enano tartamudo le dijo a mi amigo:
¡Ya vete… ya vete! Yo sé lo que te digo… ¡Vete! y desapareció.
Llegando a la esquina, corrí para alcanzar a mi amigo que a duras penas empezaba a pedalear.
Salimos por la misma calle que entramos, ahí en donde vendían los tacos.
¡Vámonos a la chingada!, nos dijimos. Y luego nos invadió el silencio y la confusión.
¿Así es como desaparecen a los jóvenes en nuestro país, en nuestra ciudad? ¿A quién cuidan en verdad los policías de la plaza Garibaldi? ¿Qué cártel ahí opera? Una palabra nunca se nos va olvidar: MAFIA.